
Hay muchas cosas que no funcionan igual que cuando era pequeña; han desaparecido instituciones y han cambiado procedimientos... pero lo más alarmante, a mi modo de ver, es que hemos perdido el norte...
Paseando por un pueblo de la costa el fin de semana pasado vi una imagen aterradora. Probablemente a más de uno, la escena en sí no le parezca tan "alarmante", pero yo sentí una mezcla de miedo y lástima... llamadme exagerada si queréis...
En una terraza de una heladería de playa había sentada una familia. Monoparental: mamá con sus dos hijos de 9 y 11 años aproximadamente...
Yo recuerdo mi infancia, cuando mis padres, mi hermano y yo salíamos a tomar un helado. Era el momento de hablar, de gastar bromas, de disfrutar del "fresquito" que la noche te dejaba disfrutar y de degustar un helado en compañía familiar... vale, que sí, que no era tan bucólico y que, según uno se acercaba a la adolescencia iba prefiriendo a los amigos antes que a la familia, pero creo que, aquellos momentos (unos mejores otros peores), son los que cohesionaban mi núcleo familiar, los que nos ayudaban a conocernos mejor, a sentirnos unidos...
La familia de la que os hablaba, la monoparental de la terraza de la heladería, mostraba una estampa bien distinta... poneros en situación: una mesa redonda, dos portátiles enfrentados y un niño ante cada pantalla... la madre, absorta "en sus cosas", manipulaba su teléfono móvil sin prestar atención a lo que sus hijos "navegaban" o jugaban... todo ello, eso sí, a la fresca... no se dirigieron la palabra en todo el tiempo que les observé...
La sociedad en la que vivimos se parece cada vez más a la que me dio tantas ganas de llorar... yo no sé si habéis visto Wall-e... dejando al margen el simpático robotito y la trama infantil, la imagen que ofrece de la humanidad es realmente patética... pero nos vamos acercando...